lunes, 24 de octubre de 2016

OJOS AZULES, Presencia enloquecedora (Parte I)



Comparto con ustedes éste espectacular y espeluznante Thriller psicológico, escrito por mi hermano Miguel Ángel Ruiz. ¡Que lo disfruten! 


PARTE I




El chirrido del mecedor en el que me encuentro sentado me tiene al borde de la desesperación, pero más que nada, la soledad me tiene al borde de la locura. Todo gracias al cuadro que había recibido como obsequio de un paciente, hace ya más de 4 años. A pesar de haberlo destruido, su imagen sigue perturbándome, y hasta el día de hoy, en el que pienso acabar con mi soledad, recuerdo el día en el que llevé a casa el cuadro que me acabaría por completo.

Era un lunes 13 de abril y recuerdo con exactitud el fuerte viento que concurría. Los arboles de la calle se mecían agresivamente dando la impresión de que se desprenderían de la tierra en la que habían nacido. Regresaba a la casa, dichoso de haber escuchado las palabras de agradecimiento de un paciente, y sobre todo, el “regalo” que me había dado. Era obvio que se trataba de un cuadro. Estaba envuelto en papel periódico, haciendo que no se apreciara la imagen que se encontraba ahí. El paciente, cuyo nombre no quiero mencionar ahora, me sugirió que mirara el cuadro, pero no accedí. Quería verlo junto con mi familia y así detallarlo junto con ellos. En fin, regresaba a casa en el automóvil que había comprado hace un par de meses junto con el misterioso cuadro que tanto ansiaba observar. Al llegar a casa, salí rápidamente del carro y me dirigí hacia el baúl en busca de la obra de arte. Cuidadosamente lo saqué del carro y lo sostuve fuertemente en mis brazos, para que no se me escapara debido a la fuerza del viento. Rápidamente me dirigí hacia la puerta de la casa y entré. Ya adentro, escuchaba las voces de los niños y un tenue sonido de la guitarra de mi hijo mayor se oía a lo lejos. Caminé hacia la sala y apoyé el cuadro en la pared. En eso mi esposa Karen apareció:

- Qué bueno que llegaste. La cena está casi lista- posteriormente me dio un beso

- Que bien, pero antes quiero mostrarte algo. Es un regalo que me dio un paciente- 

Giré mi cabeza, y señalándole el cuadro le dije:

- Mira, ahí está-

- Pues vamos a descubrirlo, ¿qué estamos esperando? - me dijo con cierta emoción 

Los dos nos arrodillamos en el suelo, y comenzamos a partir el papel periódico que cubría el cuadro. Con emoción destrozaba el papel, y por un momento recordé me niñez, cuando me despertaba en ese 25 de diciembre a ver los regalos que había traído el niño Dios. Lentamente la imagen se dejaba ver. Observé unas gruesas piernas y un piso ajedrezado. Con emoción, seguía destrozando el papel, hasta que la pintura se vio con claridad. Quedé maravillado con la imagen que estaba en frente de mis ojos. Era una mujer semidesnuda de fascinante belleza con muslos exageradamente gruesos que aumentaban curiosamente la exuberancia de su hermosura. Se encontraba apoyada en una pared, posando de manera sensual para el misterioso pintor del cuadro, invisible a la vista de todos. Atrás, no muy lejos de ella, se distinguía el famoso cuadro de “La Venus del espejo” de Velázquez, pero más que nada quedé sorprendido por su mirada sensual, pero a la vez malévola. 

- Pero está muy bonita la pintura- me dijo Karen mientras detallaba el cuadro

- ¡Opino lo mismo! -

- ¿Pero en donde lo colgamos? - dijo mientras miraba a su alrededor

Comenzamos a mirar a nuestro alrededor buscando el sitio indicado para colocar el cuadro. Mi vista se fijaba en posibles lugares en donde podría lucir, pero ninguno era lo bastante digno como para colocar tan semejante belleza, hasta que mis ojos localizaron el sitio perfecto. Se trataba de la pared de las escaleras, ideal para que fuera visto por los huéspedes y demás personas.

- Karen mira en las escaleras. Es el sitio perfecto para colgar el cuadro- le dije señalando el lugar

- ¡es verdad! Vamos a colocarlo de una vez, y así cuando los niños bajen a cenar, se lleven una sorpresa- contesto ella entusiasmada

Tomamos el cuadro entre los dos y lo llevamos con suma delicadeza hacia las escaleras. Por fortuna había un viejo clavo puesto en la pared, que en un pasado tuvo la función de soportar otro cuadro, menos vistoso y hermoso que el que sostenía en mis manos. Subimos unos cuantos escalones y silenciosamente colgamos la llamativa pintura en la pared. Luego de tal acción mi esposa Karen subió al segundo piso, mientras tanto, me quedé parado en medio de las escaleras, observando la hermosa obra de arte que me habían regalado. Observaba el majestuoso y curioso cuerpo de la mujer, pero más que nada, admiraba los maravillosos ojos que tenían aquella ficticia dama; Azules como las aguas del mar Caribe o como el cielo en una tarde de junio. Realmente eran los ojos más hermosos que había visto. Por un momento sentía como me sumergía en sus ojos, y navegaba en sus azules aguas. Pero de repente, algo en el cuadro me resulto angustioso. No veía nada malo, pero sentía un escalofrió en todo mi cuerpo. Los vellos de mis brazos se erizaron y mis piernas no respondían a las órdenes de mi cerebro. Solo me quedaba ver la mujer en el cuadro, que me miraba con ojos malignos.

- ¿Papá que nos trajiste? - gritaba Andrés, mi hijo menor emocionado mientras bajaba las escaleras. Detrás suyo lo seguía mi querida hija Juliana gritando –mi mamá dice que nos tienes una sorpresa-

El terror que sentía se desvaneció como una cortina de humo, al igual que el rostro perverso de la mujer en el cuadro. Abracé a los dos cariñosamente y de inmediato les mostré la pintura sobre la pared. Para mi sorpresa, los dos se mostraron un tanto decepcionados, y lo reflejaban diciendo: – pensaba que era un juguete – 

Sin darle mayor importancia a los niños giré mi cabeza para saludar a mi hijo mayor Ernesto, de 15 años, que se encontraba bajando las escaleras. Me saludó con frialdad, como si fuera otra de sus rutinas diarias. En fin, nos reunimos todos en el comedor, y cenamos de manera emotiva y calurosa, reflejando el buen momento que estábamos pasando a nivel personal. El resto de la noche transcurrió con normalidad. Nos retiramos a nuestros respectivos cuartos y nos preparamos para dormir. Por mi parte me quedé mirando la televisión por algunos minutos, hasta que caí en un profundo sueño.


Desperté en medio de la noche sin motivo alguno. Simplemente abrí los ojos y me levanté de la cama, sin siquiera saber lo que pasaba. Miré a mí alrededor, y solo veía la estela de la oscuridad que me rodeaba. Apenas reconocía las figuras del cuarto y no escuchaba ruido alguno. Todo estaba en silencio. Con cuidado caminé hacia las escaleras con el fin de ir a la cocina en busca de un vaso de agua. Mis píes se hacían cada vez más livianos con cada paso que daba y de vez en cuando tenía que buscar la pared con mi mano pues la oscuridad permanecía en los alrededores. Ya en las escaleras escuché un sutil sonido proveniente de la planta baja. No pude distinguir lo que escuchaba, pero me hacía sentir singularmente relajado. Perdido en un mar de sombras y estando atrapado en mis pensamientos, bajé las escaleras, ya no en busca de un vaso de agua, sino de la procedencia del sonido. Cada escalón que bajaba, sentía cómo un extraño frio recorría mi cuerpo y, sobre todo, cómo el sonido se hacía más claro y fuerte. No era algo que podría describir con palabras, ni siquiera tatareando como lo haría con la melodía de una canción. Era totalmente indescriptible. Seguía bajando los escalones, tan lentamente como podía hacerlo. Entonces ocurrió. Me encontraba justo al frente del nuevo cuadro que horas antes había colgado. Mis piernas, como había ocurrido anteriormente, carecían de movilidad por más que lo intentara. Pero de pronto, escuché muy cerca de mi oído las palabras que tanto me hicieron sentir terror: -te estoy observando- inmediatamente cerré los ojos y grité, tan fuerte como pude. De repente sentí como caía en un oscuro vacío interminable en donde mis gritos se perdieron en la distancia, hasta que me encontré en el suelo del cuarto, cubierto de sudor y lágrimas. – ¡oh dios mío!, que sueño- dije mientras me incorporaba. Convencido de que era una terrible pesadilla, me dirigí hacia el baño a lavarme el rostro, hasta que a lo lejos escuché una hermosa melodía procedente de las escaleras. Era una voz femenina que emanaba una cálida y casi hipnótica sensualidad. Con gran temor caminé sigilosamente hacia la cama, y me acosté sobre ella, cerrando los ojos y esperando a que fuera un sueño…


Pasaron un par de meses y los fenómenos se hacían cada vez más intensos y duraderos. Intentaba a toda costa convencer a la familia de los extraños sucesos que giraban en torno al cuadro, pero simplemente recibía un rotundo rechazo ante mis aparentes locuras. Mi estado era cada vez más preocupante para toda la familia; mis hijos pronto se fueron distanciando de mí acudiendo solamente para casos de extrema urgencia. Mis pensamientos se convirtieron pronto en pesadas cargas de emociones incontenibles, llegando al punto de reprocharle a mi esposa cualquier decisión o simple detalle que hiciera. Más que nada, me sentía enormemente atraído por esa esbelta y exuberante figura que yacía inalcanzable en las escaleras. Pasaba horas sentado al pie de las escaleras mirando el cuadro sin con la mente revuelta. Una caja con una extraña mezcla de ideas y pensamientos era mi cabeza en ese punto de mi vida. Quería deshacerme de él, pero me era imposible hacerlo. Me destruía tenerlo y me destrozaba botarlo.

Una noche de un día que no recuerdo, desperté al tacto de la luz con mis parpados. El resplandor provenía del baño. Me levanté de la cama, no sin antes escuchar la misteriosa melodía adornando las penumbras de la habitación. Un tanto desorientado me dirigí hacia el baño y encontré a mi esposa Karen, sentada en el retrete llorando silenciosamente. Esa imagen hasta el día de hoy nunca se ha podido borrar de mis recuerdos. Me miró, mostrando la tristeza en sus ojos y me dijo unas cuantas palabras que resultaron como latigazos en la espalda:

- No puedo más con esta situación –

No quise decir nada por temor de agravar las cosas 

- He intentado por todos los medios de llevarte a un especialista, pero tú no aceptas. He querido deshacerme del cuadro, pero siempre te interpones. No vas casi al trabajo vigilando que nada le pase al cuadro. ¡No puedo más! –

- Karen no me hagas esto – dije con las lágrimas a punto de brotar de mis ojos

- Lo siento, pero ya he tomado una decisión. Temo por la salud de mis hijos y por la mía, es lo mejor para todos – 

Se levantó del retrete y secando las lágrimas que recorrían su hermoso rostro, se dirigió hacia mí. Tomó con sus suaves y cálidas manos empapadas de lágrimas mí demacrado rostro y dijo:

- No me iré para siempre, espero que tú tampoco lo hagas- 

Sus palabras resultaron como un remolino al interior de mi cabeza. No supe su significado o eso creí en ese delicado instante. Era mi deber buscar la solución a mi problema, y recuperar a mi familia. El tiempo se estaba acabando.

Temía estar perdiendo la razón, pero estaba completamente seguro de lo que era testigo. Sin más rodeos decidí investigar la procedencia de aquel misterioso y diabólico cuadro que atormentaba mi vida y el único lugar en donde podía comenzar mi investigación era con el paciente que me había dado aquel infame regalo. Orlando Ballestas era su nombre y vivía no muy lejos de mi consultorio. Lo que descubriría, sería sencillamente… ¡Espeluznante!


Miguel Ángel Ruiz Reyes


CONTINUARÁ...

Espera el próximo Lunes la segunda parte del cuento



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