jueves, 29 de septiembre de 2016

El Payaso


#JuevesdeCuento



Éste cuento hace parte de la recopilación de cuentos de mi autoría, MAR DEMENTE, Nueve cuentos de Locura, disponible en Amazon.com. Espero sea de su agrado.

***


Cuando Carolina abrió sus ojos verdes en esa mañana fría regada por una llovizna perpetua y triste, tuvo la convicción absoluta y la certeza total de que en el transcurso de ese opaco día de Marzo, por fin se cumpliría su más enferma y decadente fantasía sexual: Tirarse a un Payaso.
Por eso se despertó rociada por el bálsamo de la felicidad y se levantó de su cama caliente de un solo salto, guardando dentro de sí los mejores ánimos del mundo en mucho tiempo, pues algo le decía que tantos fracasos le habían dejado el conocimiento suficiente para saber cómo y dónde debía buscar al candidato perfecto. Así que sin perder más tiempo se puso en la difícil tarea de pensar desde ese preciso instante en la pinta adecuada para la ocasión: no muy insinuante, pero provocadora. Eso sí, la ropa interior no guardaría tapujos y enseñaría completamente lo mejor de su bien formada figura de Top Model.
El día transcurrió en medio de pensamientos obscenos, selección de lencería, y conjuros secretos de belleza. Una inmensa emoción la hacía temblar por momentos de solo imaginar ese blanco rostro coloreado, con unos labios rojos desparramados en un gesto punzante de gracia y burla, decorado con una enorme nariz plástica y ojos relampagueantes de felicidad. Sin darse cuenta, y en medio de lujuriosos suspiros, ya tenía el negro rostro de la noche encima, engalanada por el rítmico canto de la lluvia vacilante de todo el día. Después de armar vía Whatsapp el plan nocturno perfecto con sus compinches de siempre, de encontrar el traje apropiado, accesorios indicados y tonalidad de maquillaje perfecta, tarea que casi la adentra en la profundidad de la madrugada, tomó su lujoso automóvil y emprendió a toda prisa el camino rumbo a la locura y hacia la promesa mordaz del placer total.

Después de un interminable trayecto por la autopista norte, y de conseguir un lugar de parqueo de lujo gracias al poder infinito de su coquetería, por fin se posó en la puerta del establecimiento de la rumba del momento mostrando todo el esplendor de su picante belleza y porte sin igual, cuando sin esperarlo, en medio del gentío que se afanaba por entrar al sagrado recinto de la diversión, distinguió en la distancia a una figura desdeñada y fangosa, que representaba en su lastimera existencia, todo lo que ella necesitaba para dar rienda suelta a su fantasía y convertirla de una vez por todas en una realidad palpable. Porque nunca a lo largo de su vida de placeres y caprichos se había quedado con las ganas de hacer algo, de cumplir un sueño, de alcanzar una meta por muy difícil que ésta fuera. Por eso se alejó de su grupo de amigos pretenciosos y con total determinación caminó con su andar imponente por toda la acera de la discoteca, haciendo sonar con enjundia sus altos y finos tacones sobre el pavimento besado por la lluvia. Se acercó a la rústica figura y tocó el hombro empapado y blando de aquel espectro de la noche, sabiendo que después de esa charla, su vida cambiaría para siempre.

Y ahí estaba él, un cuarto de hora después, con su bufonesco y gastado rostro adornando la fea habitación de un asqueroso motel barato en el centro de la ciudad, donde reposaba una escultura desnuda de mujer sobre una cama sucia, desordenada, harapienta y sazonada con el sudor agrio de varios amantes cortos de presupuesto pero con exceso de deseos, lujuria y pasión. Como ese miserable payaso que la devoraba con sus ojos rojos y cansados, sintiendo en la lejanía de sus cuerpos calientes esa piel fresca, perfumada y suave, en contraste con los callos de sus manos rusticas y malvadas, ansiosas de esa carne, de esas curvas de silicona cinceladas en el gimnasio y en el quirófano; de aquella boca vaporosa pintada de ese rojo carmesí provocador, que lo invitaba a zambullirse en el deseo y consumir violentamente el jugo efervescente de su sexo en llamas, en la que se había convertido a pesar de la llovizna interminable, en su noche de suerte.
Ella lo observaba con sus ojos verdosos y seguros. Lo reparaba de los pies a la cabeza, y cada detalle de su pintoresca vestimenta la llevaba al límite estrepitoso del placer. No había dudas de lo acertada de su elección, después de los tres fracasos anteriores en busca de cumplir su fantasía mas retorcida y encontrar por fin la excitación absoluta. Ese payaso de la calle, quien había llegado a ella como una aparición divina en la puerta de la discoteca más popular del momento, sería el instrumento apropiado para alcanzar ese sueño sexual en aquella noche lluviosa y fría de la capital, sin duda alguna, su noche de suerte. Por eso cuando lo vio acercarse a la mugrienta cama con su nariz roja desteñida y su peluca crespa color fucsia, sintió una explosión en todo su cuerpo erizado, y un temblor incontenible en sus robustas y bien formadas piernas. El espectáculo estaba a punto de comenzar.

El payaso comenzó a recorrer la geografía montañosa de su cuerpo expuesto con sus manos sucias y ásperas sintiendo la superficie acuosa vibrar indefensa bajo el roce potente de la yema de sus dedos inquietos. Luego, ella  sintió el contacto de su añeja lengua de fuego sobre la piel tersa de su marcado abdomen. Sintió también sus labios agrietados en la mejilla izquierda, su aliento agrio y  fermentado, y el colorete barato que se mezclaba uniformemente con el sudor de sus pechos erguidos y de su cuello delicado absorto en la lujuria total.
Ella suspiraba por el infinito deleite, jadeaba por el acelerado latir de su corazón fatigado, mientras acariciaba la ropa deteriorada, sucia, satinada y multicolor de su vistoso amante. Comenzando por el pantalón bombacho lleno de agujeros y empapado de un olor bestial, pasando luego por los remendados tirantes color purpura untados de grasa y mugre, terminado en su desgarrada camisa verde fosforescente y chaleco amarillo con bolas rojas impregnado por un aroma a gasolina quemada, leche rancia, tabaco, cerveza y orín ácido, donde pudo sentir una barriga hinchada, grasosa y redonda bajo el brillo opacado de aquel uniforme de batalla, que se zarandeaba y palpitaba como con vida propia chocando bruscamente contra su cuerpo emocionado. En ese momento supo en medio de la neblina de su mente excitada, que estaba muy cerca de lograr su macro orgasmo intenso con ese payaso harapiento, viejo y mal oliente, lo que no pudo hacer con aquel otro refinado arlequín de la televisión, ni ese otro bufón desgraciado que sonsacó de un prestigioso circo Mexicano, ni mucho menos el Gigoló musculoso y varonil que contrato, vistió y maquilló con la más ridícula y sugestiva indumentaria de payaso y de mimo alcanzando solo un elevado pico de aburrimiento y frustración. Pero todo eso pertenecía al pasado, fueron ensayos necesarios que le demostraron que su objetivo estaba en la calle, en lo ocasional, en la frontera de lo vulgar y repugnante. Por eso cuando lo vio sentado en el andén a las afueras de la discoteca, con sus ropas húmedas, desteñidas, manchadas, y con una botella de aguardiente envuelta rústicamente en una bolsa de papel marrón, se lanzó de inmediato hacia ese ser siniestro, robusto, sin afeitar y de dientes amarillos, para proponerle el Show de su vida, el espectáculo circense de sus sueños, envuelto por el celofán de la pasión y amarrado por el lazo rojo de la lujuria. Y ahora en este instante, cuando lo sentía caliente entre sus piernas perfectas, solo faltaba que ese hostil y desaliñado “profesional” callejero del humor, le clavara su portentosa fecha de acero inoxidable en lo más profundo de la mojada e hirviente caverna de su ser.
Fue en ese momento agudo cuando el agitado saltimbanqui, aquel mequetrefe inmundo, entendió el sutil mensaje de su compañera de faena quien tenía abierta las puertas del placer esperando su brutal embestida final. Así que sin perder más tiempo, pero sin demostrar el desespero y el hambre, se quitó su colorida peluca crespa y la arrojó hacía el aire denso de la habitación. Luego retiró sus feos tirantes y dejó caer su ridículo pantalón, dejando al descubierto unos deprimentes y gastados calzoncillos pardos, decorados con agujeros de polillas y manchas de blanqueador al tiempo que escupía una fragancia penetrante y nauseabunda mezcla de sudor podrido y orín seco, que a ella le pareció la materialización odorífica del placer. El payaso le regaló una sonrisa de picardía enseñándole sus dientes amarillos manchados de nicotina y café, mientras se quitaba lentamente esos tristes y pestilentes calzones quedando al aire libre su sexo aguado, amorfo y totalmente muerto.
Cuando ella vio la pequeña e inerte gelatina en la entre pierna de su amante se le borró inmediatamente la sonrisa traviesa del rostro. Él sintió  enseguida su inquisidora mirada verde y decepcionada clavarse en el cadáver de su miembro, al tiempo que su consternación y vergüenza se hacían insoportables. Trató sin éxito de revivirlo con un par de bofetadas, de despertarlo de su sueño profundo con pensamientos sucios, de animarlo con la estampa de mujer que tenía enfrente completamente desnuda y en bandeja, solo para él, pero nada funcionaba. Siempre pensó que su problema de virilidad era culpa de su gorda, vieja y desagraciada mujer, y más aun cuando uno de sus amigos más sabios de la calle decía: “el huevo no se muere, se aburre”. Él estaba totalmente de acuerdo, pero si ésta jovencita de cabello castaño claro, ojos verdes, carita de princesa, cuerpo de diosa con un abdomen plano, trasero redondo, senos grandes de silicona, estatura, porte, clase y con una aroma celestial brotando de su piel de azúcar no podía “entretener al muñeco” la cosa estaba realmente difícil. Estaba a punto de coger sus puercas ropas y salir corriendo cuando una carcajada quebró la tensión del momento y frenó su cometido. Era ella, su presa, la que reía con tal bullicio. La que lanzaba risotadas al aire y lloraba de alegría, o de burla, él no lo precisaba en el momento. Pero esas carcajadas eran puñaladas certeras que lo laceraban, lo herían, lo maltrataban en el lugar más doloroso para un hombre: el ego. Entonces el pobre y andrajoso guasón comenzó a llorar en silencio mientras la risa iba creciendo en volumen, en intensidad haciéndose más potente y letal a su orgullo quebrado y dignidad extinta. Él, acostumbrado a la risa de la gente, a que se burlaran todo el tiempo de sus actos, de sus chistes, de sus monerías en los semáforos y en los buses de transporte público, le parecía insoportable ser blanco de ésta “broma” en especial. Le carcomía el alma, lo llenaba de frustración, de dolor, de ira, de una rabia incontrolable hasta el punto de querer borrar ese sonido para siempre del ambiente, de no volver a escuchar nunca más la risa de nadie. Dejar de esforzarse para sacar carcajadas y golpear a todo aquel que se atreviera a arrojarle una sonrisa aunque fuera de lejos. Así que sin darse cuenta concentró todo su resentimiento en su mano derecha, y lanzó un fuerte latigazo cargado de dolor y rencor hacia la fuente tentadora de la risa, destrozándole los labios carmesí en el primer contacto. Pero la risa seguía y seguía. Cada vez más eficaz, más afilada y aguda. Le dio bofetadas en todos los sentidos hasta que se le entumeció el brazo sin lograr callar el estruendo de la burla. Desesperado, y con el colorete chorreado en su rostro arrugado, decidió apretarle la garganta con tanta fuerza que se detuviera el flujo endemoniado de esa carcajada demente, y así lo hizo con vigor, con fortaleza y determinación. Estrangulando a la bella joven con sus manos toscas, rusticas y malvadas, sintiendo su cuello magullado y molido entre sus dedos vivos. De repente un ardor incontrolable se apoderó de su entrepierna y un volcán enardecido en su interior estalló queriendo fluir a través de su miembro enfurecido y vital. Ella seguía riendo y llorando de alegría, y más aun al sentir aquella estaca enterrarse victoriosa en lo más recóndito de su cueva ansiosa quemando su interior con esa lava ardiente de pasión. Llenando su cuerpo exhausto de sensaciones maravillosas, inimaginables y placenteras nunca antes probadas en el manjar humeante del sexo: el macro orgasmo intenso. Y explotaron juntos en un huracán de los mil demonios, y una oleada de luz los cubrió al tiempo que los gritos se confundieron en un solo sonido de poder que reventó los empañados y sucios ventanales de la asquerosa habitación generando una lluvia nutrida de esquilas sobre la cama de vapor y entre los cuerpos mezclados en su superficie mojada y grasienta.

Después del frenesí el payaso Chispita, como se hacía llamar en sus actos de humor callejero, abrió lentamente los ojos rojos y cansados. Se pasó su mano callosa por la cara sudada y con el maquillaje corrido. Se colocó lentamente su vestimenta puerca, satinada, multicolor. Recogió la peluca crespa fucsia que le cubría una incipiente calva y las hebras cenicientas de su cabello, y la acomodó diligentemente sobre su cabeza. Tomó la bolsa sarnosa con sus pocas pertenecías y sacó una botella de aguardiente envuelta en papel marrón. Bebió todo el licor de un solo sorbo y dijo: Trato cumplido mamacita rica. Cerró los ojos inertes de su amada y salió corriendo del cuarto dejándola tendida en la cama, totalmente desnuda y con una expresión fija en su rostro muerto, de felicidad.



FIN

ALVARO RUIZ REYES
Copyright © Alvaro Ruiz Reyes




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domingo, 25 de septiembre de 2016

MI MAS BELLO POEMA


#DomingodePoesia






Eres un poema encerrado en un cuerpo de mujer
con floridos versos esculpidos en tu sonrisa de leche
con mimosas palabras chispeando en tus ojos de mar
escrito a pulso por la gracia bendita del santo creador
y plasmado en el oro de tus cabellos de sol


Eres poesía en movimiento
con musicales estrofas bordadas en tu piel de azúcar
con métrico acento en los pliegues de tu voz de querubín
rimando en fogosa pasión sobre tus manos de princesa
tu alma divina con tu esplendorosa belleza


Eres también la balada de mi corazón en llamas
con un coro fulgurante en tu boca de durazno
con el estribillo del amor reflejado en el cristal de tu mirada
cantada en agonía ardiente y plano desespero
por el burbujeante latir de mi pecho


Y ahora que te tengo amarrada a mi alma enamorada,
estoy más que nunca convencido en el calor de esta mañana
que eres el himno armónico del amor de mi vida
mi único villancico en nochebuena
mi canción de cuna preferida
mi poesía y mi más bello poema




ALVARO RUIZ REYES
Copyright © Alvaro Ruiz Reyes

jueves, 22 de septiembre de 2016

CONFINADO (Última parte)


PARTE FINAL



La siesta se prolongó más allá de los cálculos y los conteos de minutos llenando barriles de horas, que al mismo tiempo colmaron bodegas enteras de meses, inclusive de años. Mi vida se congeló en la oscuridad de esa caja de 1,2 X 1,2 metros, donde aprendí a vivir curtido de soledad y demencia. Al principio me sorprendió el no sentir hambre, quizá por alimentarme día a día del caldo ácido del miedo y la crema batida de la rabia. Al mismo tiempo las necesidades fisiológicas habían desaparecido de mi débil cuerpo, seguramente consecuencia de lo primero: al no comer, no cagaba, si no cagaba, la idea de morir de una vez por un chorro infinito de diarrea  no sucedería jamás. Pero no aguardé únicamente por una muerte lenta y pacífica. Intenté muchas veces a lo largo de ese encierro ilógico acabar con mi sufrimiento eterno, sin éxito alguno. Un día cualquiera, de esos dominados por la depresión, destrocé a puño limpio el apagado espejo de la celda. Tomé uno de los afilados fragmentos y cercené mis venas ansiosas. Pero la sangré no brotó. Iracundo agarré otro pedazo puntiagudo y me lo clavé en el cuello, pero ni dolor sentí. Fue ahí cuando la teoría de encontrarme en el limbo cobró fuerza. Seguramente había muerto destrozado por el impacto del ascensor y mi alma había quedado encerrada en ese espacio diminuto aguardando la sentencia final, mi condena. O el dictamen ya había sido anunciado, y era padecer eternamente en ese recinto maldito. Mientras esa fatal idea se cocinaba en mi subconsciente, yo seguía maquinando planes para acabar con mi infortunio. Me apuñalé varias veces con la llave del carro, me tragué las llaves del apartamento con todo y llavero. Componía canciones enteras con el acústico martillar de mi cabeza contra el piso y las paredes, pero nunca llegué a sentir dolor, y mucho menos a probar el fermentado aliento de la muerte expelido por sus dientes rancios y su  rostro huesudo. Así que un día, de esos de extraña alegría, decidí acabar con esas ideas suicidas y acostumbrarme a vivir de recuerdos, de sueños, de ideas. El primer recuerdo que llegó a esa fétida cárcel, fue precisamente la última imagen seductora que estremeció mi universo en un baile de lujuria antes de quedar atrapado en el confinamiento de mis miedos. Esa bella joven con su cuerpo bien formado y pinta deportiva apretada en sus carnes firmes; gotitas brillantes de sudor en su rostro pícaro e insinuante, que me había acompañado en medio de pensamientos libidinosos antes del derrumbe de mi vida, apareció en el tóxico y avinagrado espacio de 1,2 X 1,2 metros del endiablado ascensor, vestida de luz, inmaculada.  Con su toallita sobre el hombro derecho, cola de caballo apresando una cabellera negra y espesa, y esa Lycra negra potenciadora de sus nalgas duras y macizas.

<< ¿Es una alucinación? – me pregunté en medio de mi excitación – Sea un sueño u otra sorpresa de éste limbo eterno, la voy a disfrutar, y como prometí hace algún tiempo, la voy a poner a chillar.>>

Sin dar más espera a mis manos ansiosas y a mi corazón acelerado en latidos perturbados, me abalancé sobre mi presa vencida. La agarré con firmeza por su fina cintura, y choqué mis labios secos contra su boca azucarada probando el néctar de su boca y la textura de su lengua inquieta.

– ¡Señor! – Me dijo sin aliento – Deje algo para mañana
– El mañana no existe en este hueco, mi amor – Le respondí mientras le destrozaba el Top sobre su pecho erguido, dejando al descubierto un par de colinas coronadas con rosados pezones llenos de luz – Esto es un día largo y eterno, mi día de suerte por lo que veo. Cállate y disfruta.

De igual forma, y de un solo golpe, la despojé de su apretada lycra negra y de su delicado panty blanco de encaje. Quedando la obra de arte de su sexo al descubierto, sublime y tierno, tal como lo había imaginado en tantos años de encierro y soledad. Y lo mejor de todo, a merced de mi pasión ilimitada y mis sucios deseos encarnizados y reprimidos. Sin perder más tiempo, desgasté la piel húmeda de mis manos fuertes, mis labios agrietados y mi lengua ardiente sobre esa geografía montañosa y fragante de abdomen plano, glúteos redondos, vellos erizados al mínimo roce de mis dedos ansiosos, mientras sus acalorados suspiros de placer alimentaban una furia volcánica en mi entre pierna envuelta en el fuego de la excitación. Pero cuando mi “flecha” en llamas incendiada, estaba lista para clavarse en lo más profundo de ese cuerpo monumental y luminoso, se quebró de repente entre mis afanadas manos esa figura desnuda de bellas carnes, dejando mil esquilas de luz flotando en medio de la oscuridad asesina de mi tumba cubica. Quedando yo agitado, consternado, con las ganas florecidas y el cuerpo en llamas, al tiempo que una maldición por mi infortunio explotó de mi garganta y rebotó por las paredes metálicas del éste cofre maldito que disfrutaba con el espectáculo de mi desgracia.

– ¡Maldita sea mi suerte y mi vida! – Grité con todas mis fuerzas – ¡Esto no me puede estar pasando! ¡No me pueden dejar con las ganas!

Lloré de rabia una vez más tirado en el piso de caucho del ascensor, sin consuelo alguno, hasta que mi corazón encontró la calma en otro recuerdo, un recuerdo amado: Luciana. El día que la conocí en aquel establecimiento de libros y café, en medio de suaves luces verdes y naranjas, con sus ojos bellos devorando un gigantesco libro de Tolstoi y unas galletas de macadamia. Con esa imagen tenue, con el aroma a café, y el sabor de su primera mirada, me fundí en el bálsamo de un sueño donde se recreaba ese instante, por la eternidad.

Un tiempo después de la “aparición divina” de la joven, y de vivir de ideas, sueños y recuerdos, decidí inyectarme entusiasmo, y recorrí ese cajón infame una y otra vez. A veces durante horas y horas en línea recta, acumulando kilómetros en mis suelas. Me parecía muy raro como la dimensión de ese recinto estaba ligada con mi estado de ánimo. Cuando sentía “felicidad”, se ensanchaba sin límites, convirtiéndose en una enorme llanura por donde podía correr, brincar, y rodar durante horas sepultado en la oscuridad. Otras veces cuando intentaba correr embriagado por la rabia y la depresión, me golpeaba la cara con las paredes de la mazmorra, sintiendo cómo estas se acercaban apretando mi cuerpo con ese asfixiante y rudo abrazo. Así que opté por estar siempre feliz y disfrutar de la vida en ese encierro. De hacer las paces con mí destino, con mi suerte y con mis pensamientos. 
Me disculpé en la distancia cósmica con mi novia, por todos los engaños en nuestros 10 años de compartir un sentimiento, que sólo llegué a sentir real en mi absurdo confinamiento. Extrañé por mucho tiempo los deliciosos gestos de su rostro delicado, el perfume dulce de su voz cálida, y todos los movimientos perfectos de su cuerpo floral. Estampé su nombre en las 4 paredes de mi desdicha: “Luciana”, y grabé su sonrisa inmaculada en el techo de mi corazón, para que derramara luz en el valle oscuro de mi existencia extinta.  Pero a pesar de aumentar los días de felicidad, no todo fue tranquilidad y paz en mi extraño mundo de tinieblas. Muchas veces escuchaba durante largos periodos la voz clara de mis familiares. Sus reproches, sus insultos, y a veces, su llanto prolongado. También llegaba la voz de Luciana con todos sus matices amados, pero estaba llena de melancolía y de tristeza. Contagiándome de sus estropeados sentimientos de dolor, consiguiendo que el espacio de mi encierro se encogiera, hasta sentir los cuatro muros apretando con rudeza mi cuerpo derrotado, invadiendo el diminuto mundo con el crujir de mis huesos partidos. Siempre que esto sucedía, una lluvia de manos luminosas invadía mi dimensión y asechaban mi vida. Me tiraban del cabello, me agarraban por los brazos, por el cuello, por los pies y halaban con fuerza tratando de elevarme. Otras veces estas mismas manos siniestras me golpeaban la cara, la espalda el pecho y me agarraban por las muñecas con firmeza. Pero  siempre me defendía con vehemencia, con ahínco,  y las mordía sin pudor sintiendo el oxido sabor de la sangre jugueteando en mi colérica boca, viéndolas partir nuevamente y como las vi llegar, flotando con su resplandor alucinado en el infinito de la oscuridad.

Pero una “noche” (así llamé al periodo de tiempo en que dedicaba más tiempo a dormir) escuché otra vez en la lejanía, el llanto calmado de Luciana forrado por la felpa del eco. Mi corazón estreñido se quebró a la mitad al primer sollozo del ser amado. Ella repetía mi nombre una y otra vez, clamando por mi regreso.

– Abel, Abel, Abel – Rogaba – Regresa Abel, vuelve a mi –

Ya había escuchado ese clamor en distintas voces conocidas y queridas. Lo que me insinuaba estar dormido, perdido, secuestrado, o en una cama de un hospital en estado de coma.

<< ¡Eso es! – Pensé – de todas las locas hipótesis de mi raro destierro y clausura, esa debe ser la real… debo estar en un hospital dormido. Seguramente sobreviví al impacto del ascensor y quedé con serios traumas cráneo-encefálicos que me mantienen soñando. Esas últimas palabras de Luciana eran las piezas definitivas para armar el rompecabezas de mi tragedia >>

– Por favor Abel vuelve, regresa a mi lado –
– ¡Si mi amor, volveré a ti! – Grité – ¿pero dime cómo vuelvo? ¿Cuál es el camino de regreso?

Como si hubiera escuchado mi pregunta, me respondió  atravesando la barrera dimensional entre los dos, gritando con todas sus fuerzas. Esta vez su cálida voz cayó como piedra sin vestigios de eco o lejanía.

– Déjate llevar Abel, déjate llevar. ¡No me muerdas más!

Asombrado por el revelador mensaje, levanté mis ojos dormidos al irreal techo de mi aposento opresor y grité con vehemencia esperando el brillo perturbador de aquellas manos que tanto temía:

– Aquí estoy Luciana, llévame contigo, ¡rescátame de este encierro por favor!

Y explotó el cielo de mi mundo, de mi mazmorra pestilente, donde había vivido refugiado de mis miedos y a merced de ellos al mismo tiempo durante varios años. Y brotaron como ramas luminosas aquellas manos límpidas con las que tanto había luchado y a las que había mordido hasta el cansancio en defensa de mi integridad mental, sin saber que eran las puertas hondas hacia la libertad absoluta. Me acogieron con dulzura, me acariciaron el rostro, el cabello enmarañado y secaron mis lágrimas amargas. Luego se deslizaron por mi barbilla, mi cuello, mis hombros y se posaron en mi antebrazo derecho, halando suavemente hacia arriba. Sentí como mis pies se despegaron del húmedo piso de caucho del ascensor. El calor constante había desaparecido, mis pulmones se hincharon llenándose de un aire nuevo y fresco, mientras mi cuerpo entero levitaba sostenido fuertemente por el enjambre de manos piadosas que me guiaban por un sendero luminoso hacía un firmamento interminable de paz y de dicha. Por fin sentía la tranquilidad que tanto había añorado en los interminables días, meses y años de cautiverio en ese féretro asfixiante y aniquilador de esperanza, que me había devorado en aquella mañana remota, cuando me encontraba fulminado de miedo con mi pulcro traje blanco y a pocas horas de mi trascendental boda, la cual pensaba retomar una vez fuera del apestoso túnel. Pero antes de asomar mi humanidad golpeada por la barrera inmaterial hacía el mundo real, fuera del estado de coma profundo, la voz de Luciana me entregó un mensaje aterrador:

– Eso es amor mío – dijo con la voz sumergida en llanto – Sigue la luz para que por fin puedas descansar de esta pesadilla –

– ¡No puede ser! – Grité – ¡Me voy a morir! –

Esa camino luminoso era la ruta hacia el más allá, hacia el descanso eterno, ¡hacia la muerte!
Increíblemente después de tanto buscar el rustico corte de la guadaña mortal sobre mi cuello, ahora que lo sentía deslizarse implacable sobre mi garganta desnuda, no lo quería. ¡No, no, no! ¡No  quería  morir!, quería seguir viviendo aunque fuera en la oscuridad y soledad hiriente de mi encierro, de mi conocido ascensor del infierno, de mi guarida sofocante que había aprendido a soportar, e inclusive, a querer. A vivir de mis recuerdos, de mis añoranzas y de mis miedos recurrentes. Pero ahora nada podía hacer, por fin salía del limbo agobiante rumbo a lo desconocido, rumbo al punto final de mi existencia, a la muerte. Así que con resignación me dejé absorber por la cascada de luz que empapó todo mi cuerpo sudado y me transportó, después de mucho padecer, a la paz absoluta de mi ser.
–Perdón papá y mamá por mi distanciamiento, nunca los dejé de querer. Perdón amigos míos por todos los errores. Perdón vida por no valorarte lo que te merecías. Perdón Luciana, te fallé, fuiste lo que más amé y lo que más extrañaré. Espero volver a verte un día.

Y así dije adiós a todo, y a todos mientras mi cuerpo se desintegraba quedando sólo un gas inerte rodeando mis pensamientos y mis sentimientos más profundos. Untado de paz sucumbí y me mezclé con el universo que me acogía con una sonrisa de estrellas, tan luminosa como la de mi amada Luciana, iluminando mi sendero, por toda la eternidad.








EPÍLOGO


– Me alegro mucho que hayan decidido internale, créanme que aquí estará mucho mejor que en ese armario. –

– Fue muy difícil doctor, pensamos que se recuperaría en cualquier momento. Usted sabe, empezó a mostrar síntomas de mejoría cuando salió del armario y caminaba por toda la casa. Corría, saltaba, comía lo que le provocaba de la nevera, iba al baño, y se le veía a veces tan feliz, que pensamos que mejoraría, que gran error.

– Varias veces les dije que estos desequilibrios mentales ligados al parecer a una esquizofrenia no eran de fácil tratamiento, y mucho menos se curaban por sí solos. Su hijo por algún motivo buscó refugio en una realidad diferente dentro del armario de su habitación, y durante estos meses se acostumbró a ella, desconectándose por completo de la realidad.

– ¿Pero se va a curar doctor? Dígame la verdad por favor, no le mienta a una madre.

– No puedo asegurar nada en este momento señora, apenas vamos a comenzar con el tratamiento.

– ¿Pero es necesario que esté aquí doctor? Él no es agresivo, y ese tratamiento se lo podrían dar en casa ¿no? Los únicos brotes de violencia los dio cuando tratábamos de sacarlo a la fuerza del armario. Ahí pataleaba y nos mordía las manos.

– Señor Sanabria, una vez más le digo que su hijo estará muy bien aquí. Por ahora sólo le hemos dado unos sedantes. Más adelante comenzaremos el tratamiento. Más bien acompáñenme para terminar el trámite de ingreso.

Luciana sólo se limitaba a escuchar la conversación y a secar de sus ojos un llanto insipiente que humedecía su vista. Miraba al amor de su vida postrado en una cama con los ojos perdidos, la mirada muerta, y un gesto extraño. No parecía el mismo que un par de meses antes le pidió por fin la mano en matrimonio, después de 10 años de espera. Lo amaba profundamente, y por eso sabía, que era mejor que estuviese ahí. Lo supo siempre desde que lo vio perdido en la oscuridad del armario.

– Vamos Luciana, despídete de Abel y acompáñanos hija.
– Ya voy doña Raquel, deme sólo un minuto.
– Bueno Lucy, te esperamos afuera.

Luciana se acercó al cuerpo sedado de Abel, y deslizó suavemente sus dedos trémulos sobre la pradera alborotada y ceniza de su cabello. Besó su frente húmeda y se despidió para siempre de él. Sabiendo que Abel se había marchado para siempre de ese cuerpo, mucho antes de encerrarse en el armario. Ojalá se haya despedido amándola como siempre ella lo había amado a él, y con la pequeña esperanza de encontrarlo algún día, aunque fuera en el confinamiento de su alma, o un rincón oscuro de su atormentado corazón.




FIN






ALVARO RUIZ REYES
Copyright © Alvaro Ruiz Reyes



domingo, 18 de septiembre de 2016

POEMA AL OLEO

#DomingodePoesia




Quiero en ésta acuarela naranja de mil soles
arrancar de mi viejo pincel las telarañas
desempolvar mi paleta olvidada de colores
y pintar un poema con el oleo de mi alma


Quiero enderezar el desgastado caballete
que aún conserva de su pasado algunas manchas
aquellas que no pudo eliminar el diluyente
 huellas de que alguna vez hubo templanza


Quiero regar sobre el lienzo el color verde
acentuar con la espátula flexible la esperanza
barnizar la opaca alegría que se pierde
y encontrar la mezcla sutil de la confianza


Quiero convertir este poema en una obra de arte
moldear cada letra con finas pinceladas
colorear cada verso con la pasta del amor sublime
y enmarcar este sentimiento que me llena, en la eternidad.



ALVARO RUIZ REYES
Copyright © Alvaro Ruiz Reyes



jueves, 15 de septiembre de 2016

CONFINADO (Segunda parte)


SEGUNDA PARTE


Pensaba muchas cosas mientras en ascensor descendía a velocidad “normal”… 12…11…10… ¿Qué ruta tomar para llegar rápido a la iglesia?, ¿cómo clavar a mi nueva esposa para que se sintiera como si fuera la primera vez?, ¿cuál sería el tiempo prudente para el primer desliz? … todo en completa calma, cuando de pronto, otra vez el mundo se zarandeó en el interior del ascensor, revolviéndome el estomago y golpeando todo mi cuerpo en ese bamboleo infernal.  Las luces comenzaron a espabilar copiosamente y un ruido metálico y agudo envolvió el ambiente ahogando por completo mis alaridos de pavor. De repente el endemoniado cajón de lata comenzó a caer con furia a una velocidad asombrosa, que hizo volar mi cuerpo aterrado hasta el cuadriculado techo de madera, donde quede pegado a merced de la aceleración y aguardando el choque definitivo y fulminante con el suelo donde se despedazaría esa infernal caja junto con mi desparramado ser, formando una masa irreconocible de escombros y viseras, que aun vibrarían por el poderío del impacto. Mi vida llegaba a su fin.


El ascensor se detuvo antes de chocar con el piso, en una sinfonía de sonidos metálicos que destrozaron mis oídos y quebrantaron mis nervios por completo. Me encontraba nuevamente en el suelo de caucho del enlatado ataúd, con el cuerpo magullado, la cara cortada, el traje destruido. Seguramente todo pasó en unos pocos segundos, pero en medio de mi terror parecieron horas eternas de padecimiento, de dolor y de angustia. Me puse de pie torpemente, pues aun me encontraba bajo efectos de un terrible mareo, y con algo de esfuerzo comencé a presionar desesperadamente el botón para abrir la puerta, pero nada ocurrió. El panel de botones parecía muerto, de igual forma la pantalla de LCD donde solía dibujarse el número del piso actual. Procedí entonces con aflores de locura a hundir repetitivamente el botón de alarma, luego el que se adornaba con una figura de teléfono, seguramente para pedir auxilio al mundo exterior. Pero nada ocurrió, nadie respondió.

– Calma, calma – Me dije agitadamente – hay que mantener la calma, pronto el imbécil de Jorge se dará cuenta que el ascensor está averiado y mandará a buscar al personal de mantenimiento. Es cuestión de soportar unos minutos –

Pero los minutos pasaron con la suavidad cortante de la desesperación, y con la pánfila velocidad de unos pies untados de plomo, y nada pasó, nadie llamó, ningún ruido en las cercanías de mi encierro. Reinaba una hiriente calma, un silencio tormentoso y una preocupación creciente de estar sepultado bajo toneladas de escombros, en medio de una ciudad muerta, destruida por un terremoto nefasto, sin personal de mantenimiento cerca, sin rescatistas al tanto del pobre imbécil encerrado en el ascensor, y con una boda suspendida por la ausencia de un novio que se perdió en su egoísmo y su cobardía. Entonces grité, lloré, reí y oré. Pero nada conseguía esa dosis de paz que necesitaba para enfriar mi cabeza y armar una estrategia de fuga, de escape o simplemente de auxilio. Pero de repente, sepultado en mi congoja, sentí un bulto en el bolsillo derecho de mi percudido pantalón de lino, ¡si, era mi celular! ¿Por qué no había pensado en usarlo antes?... ¡qué estúpido!...con una sola llamada tendría a todo el personal de bomberos y a todos los rescatistas de la ciudad tratando de sacarme de mi celda cubica. Pero mi naciente ilusión fue destrozada con el terrible mazo de la realidad, pues el maldito celular brillaba con un funesto mensaje en su pantalla que decía para dolor mío: Sin servicio. 

– ¡Malditos celulares! – Grité – ¿Por qué en los ascensores quedan sin señal?

Apreté con fuerza al maldito aparato y lo destrocé contra el piso del ascensor, maldiciendo una y otra vez a todas las compañías de telefonía celular, a los fabricantes de celulares, y a los malnacidos que diseñaron este endemoniado ascensor sepultado en el interior del edificio, en una fosa de concreto y hierro donde escasamente entran moléculas de oxigeno para respirar. Pero al ver regadas las tripas del celular y la batería en el piso de la caja infernal, desvíe la rabia hacia mi furioso e iracundo genio,  por haber destruido el único artefacto de distracción, o de salvación. Y al mismo tiempo lo único que podría darme la hora en ese horno de latón, y mantenerme ligado así al susurro inmaterial del tiempo. Ahora estaba a merced de los cálculos, de la aproximación de los minutos, del conteo mental en intervalos de 60 en 60 para sumar minutos a los cestos de las horas de confinamiento. Y así lo hice, hasta que mis ojos se cerraron lentamente sucumbiendo sin remedio al peso del miedo y del agotamiento mental, hasta sumergirme en la oscuridad del sueño cuando llegaba forzosamente al número 4880 de mi absurdo conteo.



Un calor asfixiante me arrancó del placido país del sueño, al tiempo que un zumbido devoraba el silencio al interior de aquella infernal “lata de sardinas”. Mi vista cansada, nublada y desesperada comenzó a buscar la fuente de ese ruido, para comprobar si por algún motivo estaba ligado con el aumento de la temperatura en el ascensor. En efecto, el sonido rasposo que llegaba a mis oídos era el agónico clamado del ventilador que se encontraba en el techo, el cual estaba chorreando su último aliento de vida, limitando el aire “fresco” que alimentaba el interior de mi celda, hasta que, en un aullido solitario de perro, se arrojó a la muerte de los aparatos eléctricos: se quemó. Dejándome una terrible sensación de ahogo, de calor, de locura. Sentía mi piel hirviendo, mi sangre burbujeando, mi cuerpo derretido, mis pulmones apretados y mi corazón desbocado en latidos insolentes. No podía respirar, hablar, concentrarme en un punto fijo. Tenía nauseas, temblores que dominaban mi cuerpo lamido en un sudor de hielo, miedo, pavor. Quería escapar de las densas sábanas que me arropaban en esa caverna y respirar, y gritar y vivir, y casarme. Así que comencé a gritar, a llorar una vez más y a golpear las paredes tratando de destruir esas barreras que me apresaban, sin conseguir el éxito en mi cometido. Desesperado y aturdido incrusté mis dedos en la ranura de las puertas para abrirlas a la fuerza, pero no cedieron ni un milímetro, dejándome una vez más exhausto, adolorido, derrotado y con los dedos destrozados. Pero me inyecté fortaleza una vez más y con mi última reserva de aliento me apoyé en una de las paredes y coloqué mi pie derecho en la baranda que se encontraba justo debajo del espejo. Tomé impulso y di un fuerte puñetazo al rígido y cuadriculado techo de madera. Lo impacté con toda mi furia una y otra vez, hasta desprender el aditamento ornamental que forraba lo más alto de mi cámara mortuoria, dejando al descubierto una fuerte lamina metálica que no cedió al desespero de mis golpes. Una vez más las películas de acción me habían fallado. No encontré la puerta de escape por donde entran y salen los héroes de la pantalla grande, destruyendo así la última esperanza de salvación que arropaba en lo más profundo de mi agobiada existencia. Y para colmo de males, producto de esos acalorados azotes, las lámparas comenzaron otra vez con un incesante parpadeo, convirtiendo al ascensor en una pequeña discoteca, hasta que sucumbieron, al igual que el ventilador, dejando mi vida en las tinieblas, sin aire, sin ventilación sin esperanzas y pataleando en el infesto y nauseabundo lodazal del miedo, la demencia y la desesperación. 
Me tiré al suelo, y me encogí en uno de los ardientes rincones al tiempo que me despojaba mecánicamente de los zapatos, el pantalón y la camisa. Lloré en silencio, y me dejé llevar de nuevo por el agotamiento, perdiendo la consciencia con la imagen resplandeciente y borrosa de mi novia estampada en el invisible tapiz de mi memoria. Añorando su presencia tierna y sus manos delicadas corriendo raudas por la pradera ceniza de mi pelo. Sus labios frescos derretidos en mi boca hambrienta y su sonrisa cristalina iluminando mi sendero. Era precisamente eso, su sonrisa, lo que más extrañaba en aquella cloaca lúgubre y solitaria. Aquellos labios arqueados, que no vería jamás. 


CONTINUARÁ...

Espera el próximo jueves la parte final del cuento.

miércoles, 14 de septiembre de 2016

MIS CUENTOS EN AMAZON (EL PAYASO Y LA BRUJA DEL HAMBRE)

Amigos, los dejo con las reseñas que hizo el personal del portal literario Argentino Queleo.com.ar, acerca de dos cuentos de mi autoría, que se encuentran disponibles a la venta en formato Ebook, en la plataforma Kindle de Amazon.com.


EL PAYASO

“El payaso” forma parte una antología de cuentos de locura del autor Álvaro Ruiz Reyes, y es definitivamente locura una de las palabras que bien podría describir este relato. Un cuento atravesado por el erotismo, por las fantasías de Carolina, su protagonista, una bella joven decidida, soberbia, dispuesta siempre a lograr aquello que se propone y bendecida por la dicha de alcanzar siempre sus propósitos. Decidida a concretar un encuentro intimo con un payaso, sale una noche a disfrutar de la discoteca con sus amigos, lugar que le permita cumplir con su loca fantasía. Su encuentro con el payaso, objeto de su deseo, parece ser una más de sus cómodas conquistas, pero Carolina desconoce el elevado precio que pagara por satisfacerla.

Otro cuento breve del autor, que expone como la vergüenza, la burla y la cobardía, desatan la ira más profunda y apasionada, de un personaje, que acostumbrado a ser objeto de risas, miradas, susurros y burlas, estalla una noche, descargando toda la rabia, ira y resentimiento acumulado durante tanto tiempo. Una historia que comienza siendo un relato picante y divertido, que poco a poco se va convirtiendo y viviéndose más oscura y dramática.
Encuentra la reseña en el siguiente Link: http://queleo.com.ar/el-payaso/



LA BRUJA DEL HAMBRE
Un día común y corriente, rutinario y habitual, puede cambiar tu vida. Precisamente es la vida del personaje de este cuento la que va a cambiar drásticamente en el día y lugar menos pensado, en aquel restaurant al que, en forma cotidiana, se dirige, con las ansias de escapar durante un rato de sus obligaciones laborales, cada mediodía en busca de su almuerzo, de esos platos que tanto conoce y tan bien le saben, para luego y una vez satisfecho, regresar a la oficina, a cumplir con sus rígidos horarios de trabajo. Lo que este personaje desconoce, es que uno de esos días no será como cualquier otro, no podrá ni volver a su trabajo, ni recuperar esa calma y tranquilidad que, bien a su pesar, definen su vida. La culpable de este episodio, parece ser una misteriosa y desagradable compañía que se le presenta en el restaurant y se sienta en su mesa para compartir un simple almuerzo. Así comienza esta historia, y a ustedes les dejo el reto de completar el final de este episodio, y descubrir si, al fin y al cabo, todo resulta tal como parece en un principio.
Es un relato corto, que se lee muy rápido, que está muy bien escrito y que parece tener un desenlace predecible, que no lo es tanto; en pocas páginas produce un torbellino de emociones e impresiones, que entretienen y divierten, hasta llegar al desenlace del relato en un dramático final.
En frasco pequeño y para todo público, una buena dosis de intriga, ironía, misterio, entretenimiento, sensaciones y alucinaciones
Encuentra la reseña en el siguiente Link: http://queleo.com.ar/la-bruja-del-hambre/

CONSIGUELO EN AMAZON: LA BRUJA DEL HAMBRE

domingo, 11 de septiembre de 2016

EL ANGEL DE MIS SUEÑOS



Un poema escrito a mi hija Martina, mucho antes de su nacimiento.




Anoche volví a esculpirte en mis sueños
a cincelar tus pardos ojos en mis pensamientos
a grabar tu dulzura en mi corazón ansioso
a teñir mi alegría con tu sonrisa musical
y volverla por vez primera en una realidad palpable


Anoche tus manitos de algodón apretaron mis mejillas secas,
acariciaron mi orgullo y jugaron con la emoción de mi mirada
al tiempo que tu fragancia dulce y cálida
arrojaba mi espíritu fuera del país de lo material
y lo hacía flotar entre los nubarrones de la demencia
   

En ese viaje cósmico, sobrenatural y hermoso
tus ojos almendrados dejaron de ser un misterio ante los míos,
tu cabello, refulgente cascada de oro atravesada por el sol
iluminó toda mi realidad entre mis sueños
con su revelador y chispeante rocío


Tu piel lozana, fresca y perfumada
cual pétalo de astromelia hecho bálsamo sagrado
serenó mis afanes de sentirte, de tocarte,
pero incrementó mi angustia por no tenerte entre mis brazos
Arrullándote en las noches de escarcha y polvo lunar


Protegiéndote de las sombras fantasmales de tu imaginación
cuidándote de las carcajadas lúgubres de la oscuridad
velando tus sueños y rescatandote en tus pesadillas
entregándote mi risa, mi tiempo, mi vida entera
para evaporar las lágrimas de tu corazón y ver el destellar de tu alma


Por eso te digo con este poema que nació en mis sueños,
que tu llegada del cielo anhelo y espero
aunque ya conozco tus ojos, tu piel, tu risa y tu cabello
aun tengo antojos de tu voz y de tus gestos
para saber que Dios me ha bendecido con uno de sus Ángeles más bellos




Alvaro Ruiz Reyes
Copyright © Alvaro Ruiz Reyes

jueves, 8 de septiembre de 2016

CONFINADO (Primera parte)



PRIMERA PARTE


El estridente aullido de la alarma del celular explotó en mi oído derecho, poniendo fin a la tranquilidad de mi descanso y avisándome sobre el renacer de un nuevo día, 16 de Diciembre, fecha cantada para el funeral fastuoso de mi libertad, y día inaplazable para el sepelio de mi soltería.  Me levanté con dificultad y apagué el insoportable sonido, mientras la hora dibujada en la pantalla del aparato penetró en mis ojos cansados: seis en punto. En sólo tres horas estaría con el pescuezo enrojecido por el abrazo rudo de la soga, dando el “si” frente a la mujer que había soportado mis excesos y mal genio en los últimos 10 años. Paciente, perseverante, o estúpida, no lo sé. Lo cierto era que después de escabullirme en esta estrepitosa década de placer y desenfreno, necesitaba la tranquilidad de un hogar, el calor de una nueva familia, y las cadenas rígidas del matrimonio con sus gruesos eslabones, representados en esa figura menuda, sonriente, y de enorme paciencia,  me traerían esa paz que anhelaba tanto en el último año.  Por lo menos eso pensaba yo, aun en esa mañana calurosa pringada por el licor azucarado de una noche anterior llena de libertinaje absoluto y placer total, donde dije a adiós a mi amada soltería en medio de un rosario de tetas de silicona, tangas de hilo dental, traseros gigantes y cerveza a chorros corriendo por esos cuerpos esculturales y malvados. Tal vez debido a la somnolencia, a los recuerdos felices y por las secuelas del alcohol, no alcancé a percibir el olor a tragedia que invadía el ambiente fermentado de mi habitación, y que mandaría por el caño, todos mis planes absurdos de una vida tranquila. Estaba a menos de 1 hora de la fatalidad.

El baño me trajo nuevamente a la vida, y otra vez resurgieron mis temores más profundos. El importante paso que tanto había aplazado por considerar que no tenía la suficiente madurez, ya lo había dado. Pero… ¿Qué había cambiado en mí para lanzarme al vacío de esa forma?... ¡ni idea! Aun tenía tiempo de escapar, de tomar un avión rumbo a la libertad eterna y mandar al diablo todo este intenso asunto de la boda. Pues ya era lo suficientemente duro y estresante el hecho de atar mis actos, mi espacio, y hasta mis pensamientos a los de otro ser, con un cordón ridículamente corto, para adicionar mas complejidad y desespero a mi existencia con una fiesta rimbombante y detalles absurdos. Que la decoración, que la comida con tres carnes, tres arroces, tres ensaladas, 10 postres,  5 entradas y un coctel de bienvenida; pensar también en el licor, la champaña, las flores, los anillos, la lista de invitados, la luna de miel, el sitio, y un cúmulo de boberías mas, de las cuales quise escapar y no pude, pues según me dijeron “un matrimonio es de dos”, y lo primero que se hace juntos es precisamente eso, la fiesta, ese carnaval pintoresco de estupideces, donde se llena el buche y se humedece en gaznate de un montón de gente, que al final critican hasta el más mínimo detalle del jolgorio. Que la decoración es fea, insípida, pasada de moda. O que la comida es pobre, de mala sazón o no está acorde a la hora de la boda. En fin, ¡para volverse loco! Pero bueno, ya todo estaba preparado y solo faltaba mi carne aguada, y el desfile timorato de mis huesos por la pasarela de ejecución. Patíbulo que no llegaría a pisar, pues el destino me tenía preparada una sorpresa desagradable. Tobogán lustroso a la desdicha.

Después de vencer a la pereza, ya me encontraba perfectamente afeitado, peinado y con mi traje almidonado cubriendo todas mis dudas. Estaba algo sorprendido de mi soledad a escasas horas del crucial “si”. Seguramente en casa de la novia habría un ajetreo de gente: familiares, amigos, estilistas, chismosos, etc. En medio de un remolino atroz de estrés y correrías. En cambio en mi apartamento de soltero, sólo estaba yo con mi consciencia perturbada, actor secundario de la obra matrimonial. Un mísero aditamento de la boda. Sólo un mal necesario para cumplir el sueño de una inocente chica de llegar al altar. Ni una llamada, ni un mensaje, ni un amigo, ni mis hermanos, nadie llegó a darme animo en esta dura mañana de diciembre. Ya no quise pensar más tonterías, me dolía la cabeza, y no precisamente por la terrible resaca. Así que unté mi rostro de perfume y de valor,  tomé las llaves del carro, las del apartamento, y salí rápidamente dejando un portazo a mis espaldas, y al mismo tiempo, mi amado estilo de vida.

El ascensor, como siempre, tardaba en llegar al piso 15 de mi felicidad. Aguardé varios minutos viendo como paraba en cada piso en su eterno ascenso hacia mi dudosa existencia, y mi acalorado cuerpo bañado en sudor. Cuando se encontraba en el piso 14, de repente un extraño temblor acompañado de un poderoso estruendo sometió toda la estructura de 20 pisos a un ligero baile que arrancó mis pies del suelo y me hizo caer de posaderas en el mismo.

<< ¿Un temblor? – Pensé – Imposible, ¿una bomba tal vez?... no, no puede ser >>

Me levanté rápidamente, mientras limpiaba acelerada y torpemente mi pantalón de lino blanco. Unos segundos después escuché la conocida campañilla anunciando la llegada del ascensor, el cual se abrió de par en par dejando ver mi asustado reflejo en el espejo interno del recinto. Dudé por un instante ingresar, pues en casos de emergencia no es recomendable tomar el ascensor. Pero la idea de recorrer los escalones desde el piso 15 hasta el sótano, con ese ropaje caluroso y corbata al cuello, me arrojó de golpe al interior aromatizado del mismo. Oprimí rápidamente el botón “S1”, luego el botón de las flechas para cerrar las puertas y miré como éstas se unían lentamente, como un par de labios infames formando una sonrisa malévola en una boca que se acababa de tragar mis miedos, mis dudas y toda mi vida. Boca hirviente de la cual no saldría jamás.

El ascensor comenzó a descender ruidosamente, surcando los pisos con una lentitud pasmosa, como una cínica burla  a mi desesperación demente. 14…13…12… ¡era irritante! Nunca me habían gustado los ascensores, tal vez por la claustrofóbica idea de quedar atrapado para siempre en uno de ellos, cosa que no había sucedido jamás, a pesar de usarlos todos los días en la casa y el trabajo. Pero en esa mañana, y después de aquel extraño incidente antes de tomar el ascensor, me empezó a consumir la idea de que esa tan temida primera vez estaba a punto de suceder.
Ya iba por el piso 5 cuando una nueva y potente sacudida estremeció todo mi cuerpo al compás de la vibración infame y terrible del ascensor, afectado también por el raro temblor. Me paré como pude y comencé a oprimir los botones de los pisos restantes… el 5…4…3… pero el malnacido ascensor no abría sus endemoniadas puertas en ninguno de ellos. Por lo menos, y para mi extinta tranquilidad, continuaba bajando, y esta vez rápida y decididamente.
Sentí una brisa fresca y salina, cuando extrañamente las puertas metálicas se abrieron en el Lobby del edificio. Sin dudarlo ni un momento salí de esa caja humeante de un solo salto, con la misma rapidez como cuando pregunté aquella noche remota y trágica, con desdén y un poco borracho: ¿quieres casarte conmigo? Pero esta vez con la firme convicción de haber hecho lo correcto. Nada, ni nadie me haría subir otra vez en ese ataúd móvil, por lo menos en los próximos días, hasta que se me olvidara el incidente y volviera a navegar en las impávidas aguas de la rutina. Pero el infortunio de fulminó de golpe en un instante.

<< ¡Mierda los anillos! – Pensé – ¿Donde coño los metí? >>

Busqué afanosamente en todos los bolsillos de mi traje de lino, sin hallar aquella maldita cajita forrada en gamuza dorada.

<< Los dejé en el apartamento, ¡maldita sea! … ahora tengo que volver >>

Pensé tomar rumbo al piso quince surcando la embravecida e interminable marea de escalones. Pero mi cuerpo envinagrado por el sudor rancio del miedo, detuvo mi pie en el primer escalón.

 << Mierda, si subo las escaleras me derrito en sudor a la mitad del camino – me dije – Arruino mi pulcritud y esta mujer me mata si me ve andrajoso en su día perfecto y soñado. Mejor cojo el maldito ascensor >>

Di media vuelta y dirigí mi paso acelerado en dirección de las metálicas y acicaladas puertas del endemoniado ascensor. Pero antes pregunté al vigilante:

– Jorge, ¿sentiste el temblor de hace un rato? –
– No señor, no he sentido nada – respondió – usted sabe que acá en el Lobby nada se siente –

<< ¡Maldito imbécil! – Pensé – ese idiota nunca ve, ni oye, ni siente nada. Siempre lavándose las manos. Me dieron ganas de exprimirle el cuello para que sintiera algo por primera vez en su miserable vida >>

– Bueno idiot… digo Jorge, voy a tomar el ascensor, creo que tiene problemas. Por favor está pendiente y si vez que se queda parado en algún piso llamas de inmediato al personal de mantenimiento. ¿Entendido?
– Si mi Don, yo estoy atento –

Terminadas las indicaciones a ese estúpido, ingresé una vez más a la caja flotante que tanto miedo me producía, podría asegurar que más aun que el propio matrimonio. Oprimí el luminoso botón cuadrado, con el numero quince en alto relieve. Una vez más las puertas atravesaron el espacio para fundirse en un beso eterno y repetitivo. Pero antes de conseguir en anhelado contacto una mano delicada se atravesó haciendo que estas se abrieran nuevamente.

 – Perdone señor, casi me deja el ascensor –

Era una joven hermosa y con un cuerpo bien formado. Su pinta deportiva ajustada a esa figura deliciosa en toda su geografía era la evidencia de horas de gimnasio. Su cuerpo rociado por gotitas luminosas de sudor, su aroma efervescente a hembra apta para la reproducción y su carita pícara cual solapado ángel de la lujuria, reanimaron mi instinto cazador y apetito voraz por todo lo que destilara ese aromatizado marisco.

– ¿Que piso mi amor? – Pregunté – ¿El 18 dices? –
– Si, Gracias señor – Respondió mientras frotaba una toallita por su rostro rojizo –
<< ¿Señor? – Pensé – ¡Si supiera ella a cuantas jovencitas que me habían dicho señor había puesto a chillar en mi cama! >>

Su presencia encantadora de carnes bien formadas calmó la avalancha de mis miedos, pero revolvió la sopa de mis dudas. Tendría que hacerme más hábil aun para poder comerme esos tiernos caramelitos después del “si”, pues la marcación ahora sería más estricta. Pero mandé al diablo otra vez esos pensamientos, ya que al ver a esa chiquilla con sus nalgas redondas apretadas en esa Lycra negra, me di cuenta que el matrimonio no cambiaría mi dieta, mi apetito. Sería el mismo de siempre, sólo con un anillo opresor, pero por fortuna fácilmente removible.
La campanilla me despertó de mis pensamientos obscenos, donde había desnudado y clavado a la bella joven por todos lados y en todas las posiciones conocidas hasta la saciedad.

<< Algún día después de todo este alboroto de la boda, lo haría realidad – Pensé casi excitado – ahora a buscar esos putos anillos y cumplir mí cita con el destino >>

Después de mucho revolver el apartamento, ya los anillos se encontraban protegidos en el bolsillo izquierdo de mi saco. Las llaves del carro en el bolsillo izquierdo del pantalón de lino junto con las llaves del apartamento. Celular cargado hasta el tope en el bolsillo derecho del pantalón, y mi billetera con $50.000 pesos hinchada en mi nalga derecha. Eran todas mis pertenencias en ese momento, cuando las puertas del ascensor me invitaron a su interior una vez más. Entré, esta vez sonriente y con mucha calma  a pesar del ligero retraso. Con un raro deseo agolpado en mi interior de posar mi ser sobre las tablas recias del “cadalso” y comenzar de una vez mi nueva vida pringada de mentiras y engaños. Pero la adversidad, brillaría para mí, antes de volver a sonreír.

CONTINUARÁ...

Espera el próximo jueves la segunda parte del cuento.