jueves, 25 de junio de 2020

LA BRUJA DEL HAMBRE (Parte final)



PARTE FINAL

Y sus ojos se abrieron nuevamente, recibiendo un chorro límpido de luz amarilla. Y un centenar de murmullos llegaron con mucho eco y distorsión a sus oídos muertos.

<< ¿Qué me pasa? – Pensó – ¿Dónde estoy? ¿Estaré muerto?>>

Pero al aclararse su vista y al sintonizarse sus oídos con la frecuencia de las voces a su alrededor, descubrió que se encontraba tirado en la calle de su conocido sector laboral, justo en la esquina donde reposaba como siempre la carpa roja que protegía del sol al “Quiosco de Joaco”, en el cual pudo apreciar a pesar del aturdimiento y la distancia, el ajetreo de siempre.

– ¿Qué pasó? – Le preguntó a un “cuidador” de carros de la zona a quien conocía desde hacía varios años – ¿cómo llegué hasta aquí?
– Docto, usted salió corriendo del quiosco de Joaco y al llegar aquí a la esquina se desmayó. Yo lo recogí enseguida y lo ayudé a levantar. Un cliente del restaurante que salió al mismo tiempo que usted me comentó que usted se había parado normal de la mesa, pagado la cuenta, y que cuando puso el primer pie afuera, salió disparado como bala hasta que se tumbó aquí en la grama.
– ¿Cuánto tiempo duré inconsciente?
– Como un minuto diría yo

Aun con un dolor de cabeza insoportable terminó de ponerse en pie, sacó su billetera y con algo de temor y cautela buscó un billete de diez mil. Lo removió con cuidado y se alegró de no verlo transformarse en mariposa una vez se encontró fuera.
– Toma Lucas, gracias por tu ayuda.

Después de recibir las gracias eternas por la bonificación, paró un taxi, se acomodó en su asiento de felpa, y pidió que lo llevaran a la dirección de su casa.

Durante el viaje revivió las imágenes de la bruja, la apestosa y repugnante comida, el perfume nefasto, las miles de mariposas negras que revoletearon por todo el restaurante. Aun podía sentir en su realidad palpable, como estos endemoniados espectros acariciaban su cabeza y su cara con sus alas de mentira.

Ya en su casa con una fiebre altísima y alucinaciones espeluznantes, sintió un ardor profundo en sus entrañas, como si corriera un rio de ácido en su interior. De repente un hambre voraz se apodero de él, y comenzó a devorar con locura todo lo que encontró en la nevera, inclusive un pollo crudo y congelado. Pero nada podía calmar ese apetito violento que lo dominaba. Cuando terminó con todo alimento en su casa salió como loco hacia la tienda, y se gastó el dinero que le quedaba en frutas, verduras, embutidos, gaseosas y golosinas. Pero no consiguieron apaciguar sus ansias de comida. Fue ahí cuando se arrepintió de darle tanto dinero al loco del parqueo, pues con esa suma pudo haber comprado algunas cosas más.

Sin un peso el bolsillo volvió a su apartamento, y acabó con el arroz crudo, las lentejas, los frijoles, la sal, el azúcar y todos los condimentos. Después, impulsado por el hambre engulló las plantas ornamentales de su balcón y la tierra húmeda de las macetas, sin conseguir la saciedad y tranquilidad anhelada. Entonces, abrumado por el ardor en su estómago y por la locura, se tiró al piso y lloró a caudales. Lloró y lloró hasta que se resecaron sus ojos, y sin más llanto que expulsar, devolvió todo lo que se había comido en un vomito que se regó por toda la sala. Se tiró otra vez en el suelo y se restregó con el jugo rancio de sus entrañas hasta que perdió el conocimiento lentamente, en un viaje profundo y sin regreso. Así pasó todo el largo fin de semana. Comiendo porquerías y vomitándolas a los pocos minutos, en medio de un descalabro mental impresionante y de un espíritu muerto que solo pensaba en comer y comer.

El lunes llegó con un pensamiento que se incrustó en su mente agobiada. Tenía que volver donde Joaco para averiguar qué había pasado en ese viernes negro durante el almuerzo. Que había pasado con la bruja, donde podía conseguirla. Tal vez si se disculpaba por no haberle comprado el primer perfume, o por no haber probado su carne en bistec, ella retiraría ese terrible hechizo del hambre que no podía saciar. Así que se arregló lo mejor que pudo y salió de su apartamento rumbo al apartamento de al lado. Tocó la puerta de su vecino, y le pidió dinero prestado para un taxi. Éste se sorprendió al verlo en tan deprimente estado y se ofreció a llevarlo al trabajo. Durante el camino pararon tres veces debido a nauseas espantosas que lo obligaban a vomitar sangre pura y espesa. El vecino insistió para llevarlo a un hospital para que recibiera atención médica, pero él se negó, comprendiendo dentro de su mente enferma y absurda, que su cura no estaba en manos de ningún médico, sino en la piedad de la asquerosa bruja en el Quiosco de Joaco. Pero no lo comentó, solo le salió con algunas escusas tontas y lo convenció de llevarlo a su edificio. Una vez que se bajó del carro, y observó a su vecino alejarse, corrió impulsado y motivado por la esperanza de la cura, y de agarrar por fin la tranquilidad con sus manos huesudas. Esa calma que tanto había odiado, de la cual tanto había despotricado por tener que cargar la cruz de una vida sin emociones fuertes ni aventuras, pero que en ese momento anhelaba recuperar con locura. Quería estar otra vez inmerso en las mansas aguas de la rutina laboral, del aburrimiento ejecutivo, del estrés profesional, de los chismes de oficina, y cumplir estrictamente los horarios estipulados de todo y para todo. Para entrar a las 8am, ir al baño a las 10:15am, salir a almorzar a las 12:30m, volver a la oficina a la 1:10pm, descansar hasta las 2:00pm, ir al baño otra vez a las 3:15pm, comer una merienda a las 4:30pm, ir otra vez al baño a las 5:45pm y salir de la oficina a las 6:00pm para estar en su casa a más tardar a las 7:00pm para cenar y ver la televisión hasta que la noche lo sorprenda con el garrote del sueño y del cansancio, para así recargar baterías y continuar con el mismo horario al día siguiente, durante toda la semana, el año y la vida.

Ya con el aliento totalmente agotado y los ojos sumergidos en unas ojeras profundas y negras como la noche, llegó a la entrada del exuberante Quiosco de Joaco, con su entorno mugriento testigo del show central de su desgracia, el cual, como era costumbre, se encontraba cerrado a esa naciente hora del día.

Irritado, cansado, molido y enfermo, comenzó a patear la puerta del restaurante acompañando los frenéticos golpes con el látigo de su débil voz. Insistió durante varios minutos ante la vista inquisidora de los vecinos y peatones aglomerados en la acera. Hasta que por fin la puerta cedió y apareció en el umbral la mesera de siempre, la del último año, con sus caderas descubiertas y juguetonas. La mulata lo miró con una expresión de victoria untada en su cara morena, lo agarró fuertemente por el brazo y lo llevó al interior del popular restaurante.

– Cálmate por favor, no llores más – Le dijo con cariño – Aquí estoy yo para protegerte, para cuidarte de todas las cosas malas del mundo.

Él se sorprendió de aquel trato maternal de aquella joven mujer con la que sólo había hablado de comida durante pocos segundos cada día, de quien no conocía ni su nombre, ni origen, ni absolutamente nada de nada.

– Necesito que me ayudes – Irrumpió – El Viernes estuve almorzando aquí ¿te acuerdas? Necesito que me di…
– Cálmate amor, todo a su debido tiempo. Sé que tienes un hambre horrible y por eso te sientes muy mal, tan aturdido y desesperado. Espérame unos minutos y te traigo algo que te va a encantar.
– Es que tu no entiendes, yo…
– ¡Que te esperes te digo! – Gritó la mulata con tono autoritario – Toma, lee el periódico mientras te preparo la comida.

Él agarró con resignación y aturdimiento el diario. Y sin explicarse el por qué de su obediencia a pesar de su desesperación, abrió las páginas y comenzó a hojear las noticias con una extraña sensación de paz que no sentía desde el viernes cuando salió de la oficina rumbo al fatídico almuerzo. Después del disfrute en silencio de ese lapso de relajación, comenzó a sobrevolar otra vez con despiste las regiones informativas del periódico local, hasta que una noticia lo llevó a un aterrizaje forzoso: Muere anciana al arrojarse de un puente peatonal. La foto que acompañaba al artículo noticioso en la sección judicial era nada más y nada menos que la de su asquerosa, irritante, y exasperante acompañante de almuerzo. La mujer que tanto odiaba desde que su mundo se hizo trizas por ese maligno hechizo del hambre infinita. La que en el artículo describían como una mujer altruista, con mucho dinero, que había dedicado su vida y su fortuna en trabajos sociales con jóvenes y ancianos indigentes, y que el viernes anterior exactamente a las dos en punto de la tarde, había decidido acabar con su vida al arrojarse de un puente peatonal cercano al sector comercial de la ciudad, después de haber almorzado tranquilamente en un restaurante de la zona.

Soltó el periódico por la explosión nuclear del miedo en su interior. Primero pensó que, muerta la bruja, si su hechizo seguía vigente, quería decir que ya nada podía hacer, estaba condenado eternamente al sufrimiento. Pero después de unos segundos de meditación, y adicionando gramos de razón a su intelecto, y de sentirse un perfecto imbécil por creer en brujas y hechizos. Se paró de su nuevo trono de tranquilidad con la firme intención de buscar cuanto antes atención médica, como lo sugirió su vecino, y como cualquier persona sensata hubiera hecho al mismo instante de presentare esos terribles síntomas.

<< Ojalá aun no sea demasiado tarde – pensó – ¡Que estúpido he sido!>>

Pero antes de dar el primer paso hacia la sensatez miró una vez más la mortuoria foto del diario amarillista, donde la anciana yacía tirada sobre el pavimento con su cuerpo retorcido y la boca ensangrentada. La detalló con infinito cuidado y esmero, hasta que fue fulminado por una aterradora revelación.

– ¡No puede ser! – Gritó al tiempo que destrozaba la página del diario y caían al suelo los restos de su razón extinta.

La fotografía mostraba, además del cuerpo inerte de aquella irritante mujer, varías mariposas negras muertas a su lado, igual a las que lo habían atormentado en su alucinación macabra. Descubrió entonces, fundamentado en su locura, que la pobre señora también había sido víctima de otro ser lleno de maldad. No había otra explicación en el mundo de los desesperados, del cual él era el rey. Esa pobre anciana, según rezaba el periódico, era una ser bueno, bondadoso, entregado a sus semejantes. De repente una luz reveladora explotó en su intelecto destruido despejando cualquier duda y aniquilando toda sensatez:

<<Entonces la bruja es…. >>

– ¿Ya leíste la noticia de tu compañera de mesa del viernes? – Preguntó la joven mulata saliendo de la cocina con un plato de comida en una bandeja roja – Es una pena ¿verdad? Pero siempre he dicho que las personas deben ser amables, corteses, guardar la altanería. Lo que más rabia me da en mi trabajo de mesera, es que me apuren con groserías. ¿Y esa vieja era grosera e irritante verdad?

Su mundo empezó a girar con turbulencia, mientras el piso bajo sus pies hinchados se hacía migajas polvorientas.

– ¡Tú eres la culpable de su muerte! ¡Te vengaste por su mala actitud durante el almuerzo y la drogaste para que se lanzara del puente! Igual hiciste conmigo. ¿Qué porquería me diste? ¿Qué droga, que narcótico, que brujería le echaste a la comida para que tuviera esas alucinaciones tan espantosas y para que nunca se me quite el hambre? ¡Responde de una buena vez maldita bruja!
– Lo único que te voy a decir es que, si quieres alcanzar la tranquilidad, si quieres poder calmar tu apetito y recuperar tu vida, tienes que venir a mí. Yo te daré la cura todos los días hasta que me dé la gana de dejarte libre de esta atadura, o cuando me aburra de ti.

El rostro recobró el color por la rabia que estalló en su alma herida. Apretó el puño con fuerza y lanzó el golpe directo a su infame hechicera, pero una barrera invisible frenó su aguerrido ataque, y lo arrojó de rodillas al suelo sucio del recinto siniestro, con la respiración cortada y la vista borrosa.

– No sigas luchando contra lo irremediable amor – Dijo la mujer con ternura – Más bien acomódate aquí en tu mesa favorita, donde almuerzas todos los días y cómete tu almuerzo ¡ahora!

El obedeció como perro faldero y comenzó a hartarse primero el hirviente plato de sopa de costilla con huesos carnudos, y luego el plato de carne guisada, arroz blanco, tajadas de plátano maduro y ensalada blanca, todo esto acompañado con un vaso gigante de agua de panela con limón y hielo picado. Hasta que por fin pudo saciar su hambruna.

Después de un par de días en el hospital, atendiendo la orden de su ama, volvió a su adorada rutina, a su horario definido en la torre destructora de los sueños donde reposaba su blanca oficina sin sabor. Llevando en sus espaldas el saco abultado de una vida insulsa, sin pasión y sin emociones extremas. Asistiendo todos los días religiosamente al majestuoso Quiosco de Joaco a calmar su hambre y los deseos carnales de su dueña, con total resignación y sin emoción alguna. Porque las brujas existen, y no son como las pintan en los cuentos: viejas con una enorme nariz decorada con una verruga peluda. Colgadas en una escoba que les sirve de transporte surcando los cielos en compañía de un gato negro, arrojando una risa malvada y brebajes para convertir a sus enemigos en sapos y lagartos. Las brujas pueden aparecer en el momento menos esperado con la inocente figura de una insignificante mulata de un pueblo olvidado de la región, con caderas sublimes, grandes ojos marrones y un corazón negro repleto de maldad. Y lo digo yo, que escribo este relato en tercera persona, compartiendo mi infeliz historia con todo aquel que se interese en mi desgracia, y a manera de nota de despedida antes de disparar esta escopeta que tapizará alegremente con mis sesos destrozados esta solitaria habitación, y me llevará de una vez por todas, al umbral de la satisfacción total.

FIN



ALVARO RUIZ REYES
Copyright © Alvaro Ruiz Reyes



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